martes, 6 de marzo de 2012

Relato onírico

Era una tarde nublada. Salía yo de no me acuerdo donde hacía no me acuerdo qué, en un diminuto e incómodo vehículo a pedales. Cuando decenas de aviones cruzaron el cielo en cuadrícula, dejando tras de si un humo negro y espeso, que dejó a los transeuntes en la mas absoluta oscuridad.

Quise huír de la oscuridad, y pedaleé calle abajo, pero la niebla ya me había envuelto y poco podía hacer para escaparme. Desgraciadamente, además, el vehículo carecía de frenos, y cuando me di cuenta de tal peligrosa situación, intenté en vano aminorar la velocidad con el roce de mis manos en el asfalto. Por suerte, al pasar por al lado de un hombre de unos 50 años, éste me agarró en la oscuridad y me salvó del accidente. Me aferré a él y, junto a otros, en la mas absoluta oscuridad, caminamos hacia una dirección indeterminada que era, sin embargo, la única en la que cabía la posibilidad de ir.

Una luz ténue empezó a palpitar levemente y a mostrarnos en el vacío el mobiliario de alguna lejana habitación. Seguimos caminando por el oscuro pasillo hasta atravesar la negrura, y aparecer en otra dimensión.

Era un paisaje amplio y nebado. Un altiplano con un pinar al fondo, salpicado de cabañas de madera. Por lo visto todo el mundo había llegado al mismo lugar, allá donde estuvieran antes, y correteaban entusiasmados a descubrir qué escondían las casitas, como un regalo. Junto a varias personas entramos en aquella que teníamos mas cerca. Como el resto de edificaciones, estaban deshabitadas pero en perfecto estado, y en su interior, pequeño pero luminoso, se había interrumpido en algún momento los preparativos navideños.

Sobre la mesa había, en lugar de un Belén, una escena moderna de un lugar como el que estábamos, cuyos protagonistas decoraban un gran árbol de Navidad. Descubrí entre las figuras una pequeña manivela, a la que di cuerda, y los muñecos empezaron a moverse y lanzar guirnaldas sobre el arbolito. Observamos atentos a los autómatas, y una mujer a mi lado, mi madre por unos instantes, dijo haber olvidado hasta ese momento lo importante que era la actividad de decorar el árbol. Todos nos marchamos, pero la mujer se quedó, y me invitó para pasarme por ahí, ahora su hogar, tras las clases.

Volvimos a nuestra dimensión usual, no se como, a seguir con nuestras vidas. Pero ya nada pudo ser igual. Sabíamos que aquel otro lugar existía, todos lo sabían, y seguir en nuestra gris dimensión era poco menos que absurdo.

Todos tenían allí un lugar, un hogar, excepto yo. Quizás no fuera la única, pero así lo sentía. No se si porque no fui suficientemente rápida al adueñarme de un hogar, o simplemente porque no había casas para todos. Estaba frustrada y, principalmente, confusa. En cualquier caso yo podía volver siempre que quisiera, ya que aquella mujer (ahora quizás una amiga) me invitaba, y supe que para tener mi propio hogar, debía compartirlo, con un compañero, con una pareja. Así que emprendí su absurda búsqueda.

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